Esa noche estaba
realmente furioso. A cada minuto la ira lo invadía aún más. Trató
de mantener el control, debía hacerlo por que no quería que se
desatara una especie de tormenta en él.
Era un tipo muy
tranquilo y no se enojaba con frecuencia, podía soportar cualquier
cosa. Pero ciertas veces acumulaba tanto enojo, que sentía que iba a
estallar. Y ésta era una de esas ocasiones. No podía creerlo.
Hacía tan sólo
unas horas había estado rodeado de amigos. Aquellos que le brindaban
afecto, ayuda, un abrazo tal vez. Siempre se reunían en el mismo bar
a conversar sobre lo que surgiera en el momento: sus vidas, trabajos,
mujeres, deportes. Se había sentido realmente feliz y había reído
mucho.
Pero luego había
llegado ella, el ser más hermoso que había visto en su vida: su
presencia lo confortaba, le daba tranquilidad y, cada vez que
aparecía, era como si el tiempo se detuviera.
Sin embargo, ella
lo había besado con frialdad y se había sentado a su lado, pero
parecía más distante que nunca. Durante unos minutos, ella sólo
había visto hacia la punta de sus zapatos, con la mirada perdida.
Parecía no tener deseos de demostrarle amor, o brindarle alguna
caricia siquiera, como usualmente lo hacía. Eso a él le fastidiaba,
e incluso le preocupaba.
Cuando sus amigos
se había marchado y por fin estaban a solas, la chica lo miró a los
ojos, le sonrió y con pena le dijo: “Lo nuestro se termina hoy. No
podemos seguir juntos”.
Esas palabras le
causaron gran dolor. No estaba preparado para escuchar eso. Lo
dejaba, era un adiós, la despedida, el inevitable final. La muchacha
había tratado de explicarle sus razones, pero él no la escuchaba
porque sentía odio, decepción, tristeza. Finalmente, al ver que el
joven no le prestaba atención a sus palabras, la chica se marchó
con furia.
Y ahora estaba
allí, cumpliendo con su horario de trabajo en un edificio enorme que
a esas horas de la noche, se encontraba vacío, desolado. Su enojo se
había ido y comenzó a reírse. El sonido de su voz retumbaba en las
paredes. No podía creer lo que le había sucedido y, cada vez que lo
recordaba, le causaba más gracia. Aquello era realmente insólito:
su novia lo había dejado porque no aceptaba el empleo que él tenía.
¿Qué había de malo en su trabajo? Era digno, seguro, solitario y
con buena paga. Volvió a reír con más fuerza.
¿Qué había de
malo en ser el guardia de una morgue? ¡Nada! Pasaba la noche
leyendo, escuchando música en paz, rodeado de una calma absoluta,
que seguramente inquietaría a otros. Nada podía pasarle. Todos los
que se encontraban allí habían muerto, ya sea por causa natural,
por homicidio, enfermedad o por accidentes fatales. Tal vez su
aspecto no era el mejor, pero eso eran: muertos.
Probablemente los
amigos de ella lo consideraban “raro” o “anormal” por
trabajar en un lugar como ese y por tal razón no estaba dispuesta a
pasar vergüenza saliendo con esa clase de chico. Pues a él no le
importaba en absoluto, al diablo con ella y sus estúpidos
prejuicios. Apagó la radio portátil y la luz de su linterna
quedándose en la oscuridad total. Una sonrisa se dibujó en su
rostro. No le importaba que lo consideraran un desquiciado por
cumplir con su trabajo.
Un silencio
funesto se adueñó del lugar. Por momentos lo asaltaba un miedo
repentino, pero no iba a cambiar ese empleo por nada. A veces los
muertos son mejor compañía que otra cosa.
Astrid Pizarro
Que lindo amiga!!!
ResponderEliminarBienvenida bloggera!!!
Love u BFF!
Jajaja... bueno... al fin me hice uno... es medio precario pero bueno jaja... Love U BFF!!
Eliminarmuy bueno!!....me encanto!!!
ResponderEliminarGracias!!! Me alegro! Amigo bloggero jajaja
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